Había algo en la mente y corazón de Pablo, que le causaba una profunda tristeza y continúo dolor en su corazón, (Romanos 9:1-3).
1 Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, 2 que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón.3 Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne
Para el apóstol de Cristo saber que sus parientes, sus hermanos en cuanto a la carne, quedarían excluidos de la gloria venidera por su rechazo al evangelio de Cristo, ocasionaba en él una gran tristeza y continuo dolor, a tal grado, que tal tristeza y dolor lo llevó a él a decir; “deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos”.
¡Que sentir más grande el del apóstol Pablo por los suyos! De éste deseo y sentir, daba testimonio el Espíritu Santo y Cristo delante de quienes el apóstol, expresó su más profundo sentimiento.
El amor del apóstol Pablo era pues un amor dispuesto al sacrificio por los suyos, como el amor de Cristo, sin embargo; aunque él tuviera tal disposición de llegar al sacrificio por los suyos, no iba a lograr que las cosas cambiaran para con sus parientes en cuanto a ser justificados delante de Dios, pues Dios ya había establecido el medio de justificación; por el cual todo el mundo puede venir a estar en buena relación con Dios, pero este medio fue rechazado por ellos (Romanos. 10:1,2).
Tal sentimiento de tristeza que había en el apóstol Pablo por los de su propia raza, es el mismo que ha de estar en nosotros por aquellos que son de nuestra propia familia, y que rechazan el evangelio.
Si tal es nuestro sentir entonces aprovecharemos toda oportunidad posible para hablarles del amor de Dios, y de la salvación que es en Cristo el Señor, y en nadie más.
No hay mayor deseo de bien, ni más grande amor para con los nuestros, que el procurar que ellos crean en el evangelio, y sean salvos al obedecer las condiciones de perdón establecidas por Dios en su Palabra, la Biblia.